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Crecer como las plantas: Mujeres en defensa de la tierra


Por Viridiana Montiel




Salimos de Ocosingo con dirección a Guaquitepec con Estela Vázquez, directora de Sbelal Kuxlejalil y también organizadora del 3er Encuentro de Mujeres Defensoras de la Tierra en Guaquitepec, Chiapas. Una hora y media de camino para llegar al punto de encuentro. Ahí estaban todas, sentadas y atentas a que la reunión comenzara. Diferentes organizaciones asistieron para seguir fortaleciendo sus redes y crear diálogos y conversaciones sobre los derechos humanos, el derecho al territorio, las amenazas que viven como defensoras y defensores, la violencia contra las mujeres y las niñas, entre otros temas.

El trayecto me hizo dimensionar las distancias que todas recorrieron para estar presentes. Las admiro. Las admiro no desde una mirada condescendiente ni asistencialista. Las admiro por todo el conocimiento que tienen sobre la tierra que las rodea, sobre su entorno, la fuerza y la templanza para seguir en la lucha, a pesar de y por las circunstancias. Me sentí ajena y diminuta cuando las escuché discutir en tzeltal sobre temas que las preocupa: los nuevos programas del gobierno, como Sembrando Vida, que consideran está dividiendo a las comunidades, los megaproyectos o la construcción de carreteras, los cuales rechazan rotundamente por destruir la tierra, contaminar el agua y acabar con sus recursos.

Me alejé por un momento del encuentro y entonces, tres pequeñas me invitaron a caminar. Con sus ojos llenos de curiosidad una de ellas me preguntó: –¿En la Ciudad de México el aire está poquito contaminado, verdad? –¿Un poquito? ¡Un mucho!, exclamé yo. –Muchas veces no se alcanza a ver el cielo. –Aquí sí se ve. Y las dos alzamos la vista. Nos enseñaron alrededor de 10 árboles frutales: piña, plátano, naranjo, mandarina, washington, nancy, entre otros que ya no recuerdo. Cuidando no caer entre las ramas y piedras, trataba de seguirles el paso y de recordar los nombres de todos los árboles que mencionaba. Ágiles como gacelas se movían entre ellos, los trepaban sin miedo y con energía. Me deslumbró no sólo la libertad que tienen y su habilidad física, sino sobretodo su profundo conocimiento sobre la tierra que pisaban y cómo la reconocían como la palma de su mano. Me enseñaron el fruto del café, con su manita lo peló, me explicó que esa bolita blanca se ponía a secar y después se tostaba hasta que agarraba un color café. –Una vez violaron a una niña aquí. Nos contó con la misma naturalidad de quien cuenta una anécdota cotidiana. –¿Y qué pasó?, le pregunté. –Lo empezaron a seguir y lo agarraron, lo metieron a la cárcel. Eran dos. Me quedé fría, pensando en qué terrible es este mundo y este país para que una niña de 11 años sepa el significado de “violación” y lo verbalice con tanta naturalidad. Pensé: “le hemos fallado”.

Caminamos, subimos, bajamos y ellas no se cansaban, pero se dieron cuenta que nosotras sí. –¿Has probado la washington?, me preguntó mientras regresábamos al inicio de la caminata. –No, ¿qué es?, respondí. Me explicó que es como una naranja pero más dulce y más grande. Le pidió a su hermana que fuera por un cuchillo a su casa, con el cual cortó de un árbol tres washington de un color verde, el cual evidenciaba que les faltaba mucho madurar o que no eran de temporada. Nos las peló y nos dio una a cada una, la suya la dividió con su hermana. Era, a pesar de su aspecto, muy dulce. Momentos después nos dijo que si queríamos caña. Decidida tomó su cuchillo y comenzó a cortar una de unos 6cm de diámetro y un metro de largo. Mientras la veía pelando la caña con su cuchillo, con toda la destreza que se requiere para hacerlo, pensé que no puede haber mejores defensoras de la tierra que ellas, ellas que conocen cada hoja y cada fruto de esos árboles, que saben qué animales los recorren y las leyendas creadas a su alrededor. Y sólo deseé que su fuerza, su ímpetu y su alegría nunca se apagaran, al contrario, que siguieran creciendo como crecen las plantas, porque nuestro país necesita más mujeres que no tengan miedo, que defiendan aquello en lo que creen y que amen su tierra.


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