Por Manuel Ajenjo El pasado domingo se celebró con un desfile cívico militar la conmemoración del 112 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana. En el cortejo conmemorativo participaron 7,800 personas entre elementos militares y civiles, 1,400 caballos, 131 vehículos militares y 25 carros alegóricos. Además, la secretaría de Seguridad Ciudadana realizó un despliegue de más de 3,000 efectivos, 160 unidades oficiales, tres ambulancia del Escuadrón de Rescate, 37 moto patrullas, siete grúas y un helicóptero de los Cóndores, para garantizar la seguridad de los asistentes. El profuso despliegue de elementos tanto para desfilar como para cuidar la seguridad de los probables asistentes me hizo pensar en esas obras de teatro de gran producción que al no ser bienvenidas por el público, tienen como resultado que haya más personas en el escenario que en las butacas. Este domingo, se combinaron varios factores para que la asistencia de capitalinos a presenciar el cortejo conmemorativo de la iniciación del suceso histórico fuera menor que en otras ocasiones: la inauguración del Mundial de Futbol en Qatar, el Buen Fin, el fin de semana largo y el frente frío que se dejó sentir en la Ciudad de México. Pero no está de más recordar el inicio de la Revolución que celebramos el domingo y que el actual gobierno considera la tercera transformación de México. La meta original del movimiento revolucionario fue el derrocamiento del gobierno arcaico del General Porfirio Díaz que, de héroe nacional en la lucha contra la invasión francesa (1862-67), se convirtió en villano en las postrimerías del Siglo XIX y en los albores del XX, dada su obstinación a perpetuarse en el poder. La Revolución frustró el sueño de don Porfirio de morir con la banda presidencial como mortaja. No me haga mucho caso pero un informe extraoficial detalla el hecho de que el dictador, dado lo avanzado de su edad, ya había encargado el diseño de una silla presidencial de ruedas. Dispuesto a reelegirse para el período 1910-14 estaba don Porfirio cuando se atravesó en su ruta un pequeño burgués —1 metro 48 centímetros de estatura de nombre Francisco I Madero. La I es de Ignacio aunque por su manera de actuar hay quien piensa que debería ser de Inocencio. Una alianza de los partidos Nacional Antirreeleccionista y Nacionalista Democrático, lanzó la candidatura de Madero a la presidencia. El porfirismo obstaculizó la campaña del oposicionista, al grado que el 5 de junio de 1910, don Francisco, fue detenido en Monterrey, Nuevo León; acusado de sedición, fomento de la rebelión e insultos a las autoridades. Fue trasladado a San Luís Potosí, donde permaneció preso hasta el 5 de octubre cuando quedó libre bajo fianza, viajó a San Antonio, Texas. (Para pasar la frontera contrató los servicios de un pollero especializado en el traslado de indocumentados ilustres). En San Antonio, Madero, se dedicó a redactar lo que se conoció como el Plan de San Luís. Nadie sabe si se equivocó de santo o se equivocó de plan. En éste se proclamaba que la fecha para iniciar el levantamiento armado sería el 20 de noviembre a las 6 de la tarde. Como resultado del plan maderista que promulgaba la no reelección y la restitución a los campesinos de las tierras que les habían arrebatado los hacendados, comenzaron a surgir levantamientos armados en el país, comandados por Pascual Orozco y Pancho Villa en el norte y Emiliano Zapata en el sur. Los triunfos militares de los insurrectos, sumados a la edad del dictador —tenía más de 80 años— produjeron que el 25 de mayo de 1911 don Porfirio, que ese día sufría un fuerte dolor de muelas, renunciara a su cargo. La mañana del 31 del mismo mes, acompañado de su familia y a bordo del buque portugués Ipiranga, don Porfis partió a Francia en busca de un buen dentista.
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