Por Manuel Ajenjo Cualquiera que sea el medio de comunicación que leamos, veamos y/o escuchemos, las noticias provocan miedo. La delincuencia organizada —al parecer lo único organizado de nuestro desorganizado país— se está adueñando de las actividades económicas; convirtiendo extensas regiones nacionales en zona de guerra; causando la inseguridad en carreteras y ciudades; además de sus consuetudinarias labores de narcotráfico, secuestro y asaltos. Sobran los ejemplos, como el del pasado fin de semana cuando un juez y dos policías fueron asesinados; posteriormente, tras un frustrado intento de fuga en el penal de Cieneguillas, sujetos armados del Cártel de Sinaloa, que superaron a los policías de todas las corporaciones, incendiaron autos y vehículos de carga lo que causó el bloqueo de carreteras, durante seis horas en Zacatecas. Los hechos ocurrieron diez días después de que el gobierno federal enviara 600 efectivos del Ejército luego del asesinato del general brigadier, José Silvestre Urzúa Padilla, coordinador de la Guardia Nacional, quien participó en un operativo contra un grupo delincuencial de los que cada día surgen más y con mayor peligrosidad en nuestro país.
Zacatecas es con Guanajuato las entidades que ocupan la parte alta del top ten de homicidios; seguidos por Michoacán, Estado de México, Morelos, Jalisco y Guerrero. En éste último estado, en Acapulco para ser precisos, el pasado fin de semana, hubo dos ataques: El primero de madrugada en un bar de Punta Diamante dejó cinco muertos; el segundo, dos horas después, ocurrió en el Mercado Central, un comando asesinó a tres vendedores de pollo. ¿Y la policía qué? La policía está para cuidar el orden no el desorden. Esa misma fecha en San Luis Río Colorado, Sonora, también se registraron dos enfrentamientos entre grupos criminales que dejó un saldo de ocho muertos, 12 heridos y ocho detenidos. Y apenas el martes pasado, en Guaymas, en el mismo estado, al medio día, frente a un kínder, sicarios acribillaron con rifles de asalto una camioneta donde viajaban dos personas que resultaron muertas. El diario El Universal de hace dos días, informó según nota de Noé Cruz Serrano, que la Organización Nacional de Expendedores de Petróleo (Onexpo) estima que a lo largo y ancho del país, existen, por cada estación legal de servicio, un poco más de dos expendios de huachicol. Hay 30,000 expendios que comercializan combustible robado a Pemex por las 13,248 gasolineras con permiso vigente. La generalidad de los mexicanos le pone limón a la sopa, al guisado, a los frijoles y hasta al postre. Este fruto cítrico ha llegado a superar, en los últimos tiempos, los 100 pesos por kilogramo. Esto se debe no sólo al incremento en el precio de los fertilizantes o a los fenómenos climatológicos, sino a que en Michoacán, el segundo productor del fruto en el país, las extorsiones y la violencia del narcotráfico han encarecido su precio así como el del aguacate. Recién me entero, mediante la revista Proceso que circula esta semana, en un reportaje de David Trujillo, que está en riesgo el gran pulmón que para la Ciudad de México significa el bosque del Ajusco. En sólo tres años, los talamontes de la Familia Michoacana y del Cártel de Jalisco Nueva Generación, se han devorado 4,000 hectáreas de bosque. Según los habitantes de Topilejo ni la Guardia Nacional ni el Ejército han hecho nada para impedirlo. En Morelos, el pago de piso que exigen los criminales a los negocios han ocasionado que el 10% del comercio establecido en el centro de Cuernavaca haya cerrado sus establecimientos.
Estos son sólo unos ejemplos, me pregunto, ¿qué sigue? Sólo falta que un día de estos, un comando armado se pare frente a nuestras casas y por medio de un altavoz nos diga: “Salgan todos con las manos en alto, los tenemos rodeados”.
Punto final
Anoche entró un ladrón a mi casa. Buscaba dinero. Me levanté de la cama. Nos pusimos a buscar los dos.
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