In Memoriam Lourdes Grobet. Equilibrio y resistencia
Por Marisol Pardo Cué.
septiembre 2014

Si la isla se erguía en el pasado, era el lugar que él
tenía que alcanzar a toda costa. En aquel tiempo
fuera de los goznes, él tenía no que encontrar sino
inventar de nuevo, la condición del primer hombre.
Demora no de una fuente de la eterna juventud, sino
fuente ella misma, la Isla podía ser el lugar donde
cualquier criatura humana, olvidando el propio ser
emponzoñado, habría encontrado, como un niño
abandonado en la selva, un nuevo lenguaje capaz
de nacer de un nuevo contacto con las cosas...
Humberto Eco. La isla del día de antes.
Creo que si no se examina el orientalismo como
un discurso, posiblemente no se comprenda esta
disciplina tan sistemática a través de la cual la
cultura europea ha sido capaz de manipular e
incluso dirigir Oriente desde el punto de vista
político, sociológico, militar, ideológico científico
e imaginario...
Edward W. Said. Orientalismo.
Como bien lo han estudiado, entre otros, Edward Said o el propio Michael Foucault, la división entre “lo oriental” y “lo occidental” es una fabricación que desde la Edad Media se fue elaborando en Europa como una empresa minuciosa de apropiación y definición, siempre reductiva, de lo “otro” que a la vez que amenazante era visto como sujeto de conquista, “civilización” y, por supuesto, explotación dada su supuesta “inferioridad intelectual y moral”. Por supuesto, esta construcción de opuestos, que lejos de contribuir al entendimiento y progreso de los pueblos orientales facilitó su sujeción, se fue intensificando conforme la empresa colonizadora e imperialista lo requería y, tras la segunda Guerra Mundial, se acomodó al ámbito de la Guerra Fría.
Con el fin de deconstruir y desjerarquizar estas categorías y su supuesto antagonismo, así como de replantear la empresa “civilizatoria” occidental, la artista mexicana Lourdes Grobet realizó un viaje hacia el estrecho de Bering, punto de inflexión donde oriente y occidente han confluido, convivido y chocado desde tiempos inmemoriales no sólo por razones geográficas sino también sociales y políticas.
Dicho lugar es especialmente interesante por varios aspectos: por ser el brazo del mar que comunica Siberia, el extremo oriental de Asia, con Alaska, la parte más occidental de América (es decir, donde América se torna oriente y Asia occidente); porque según las hipótesis más aceptadas fue el lugar por donde el hombre asiático migró a América para poblarla durante un periodo glaciar; y porque alberga dos pequeñas islas paralelas conocidas como Diómedes, ubicadas justo entre los dos continentes, una perteneciente a la Federación Rusa, la Mayor, y la otra a los Estados Unidos, la Menor. A pesar de su proximidad (menos de cuatro kilómetros) ambas se encuentran escindidas espacial y temporalmente por dos límites virtuales: la frontera internacional situada aproximadamente a 1.5 kilómetros de cada una y la línea de cambio de fecha que hace que exista un día de diferencia horaria entre ambas aunque la hora solar sea la misma.
Durante la Guerra Fría, los nativos de las islas, tras las colonizaciones rusa y americana, tenían prohibido circular entre ellas e incluso intercambiar cualquier tipo de información por lo que el área fue denominada como el “telón de hielo”. De hecho, todos los habitantes de la isla rusa fueron trasladados al continente pues ésta fue utilizada como base militar. El archipiélago, entonces, quedó con solo un pequeño poblado, que actualmente comprende alrededor de 200 personas de la etnia inupiaq en la parte americana que aún hoy tiene prohibido su traslado a la otra isla.
Intrigada por este fenómeno que hace del lugar un punto de convivencia y conflicto entre lo que se fueron construyendo como dos zonas antagónicas, y por un proyecto conjunto realizado con Yolanda Muñoz (especialista en estudios de Asia y África por el Colegio de México), la artista mexicana Lourdes Grobet, decidió viajar hasta allá con un pequeño equipo (conformado por Esteban Azuela, Rodrigo Torres, Juan Cristóbal Pérez Grobet y Alvaro Ruiz), con el fin de documentar lo que ahí ocurría y de reflexionar tanto sobre las divisiones arbitrarias de espacio y tiempo y las fronteras físicas y culturales impuestas por los procesos colonizadores, como sobre los distintos modos de migración de personas e ideas (desde la prehistoria hasta la era globalizada) y sobre el cambio climático y sus repercusiones ecológicas y sociales. ¿Somos hijos de Oriente o de Occidente? ¿Somos nosotros mismos orientales u occidentales? ¿Quién es el nuevo hombre de Bering? ¿Cuáles son los elementos que nos conforman en estos tiempos históricos? Fueron algunas de las preguntas a desarrollar por las autoras. El viaje fue planeado como un performance para realizar el cruce en sentido contrario al supuesto proceso de colonización: es decir, de América hasta Asia. Con tal acción se pretendió, además de protestar contra los dogmas impuestos, cuestionar los flujos unidireccionales de la migración “civilizadora” (de occidente a oriente y de norte a sur), reafirmar el intercambio dialéctico y plantear la necesidad de redefinir (o en su caso abolir) las fronteras en un contexto de movilidad masiva física y virtual. “El nuevo hombre de Bering viaja sin cuerpo, con el fin de viajar ligero”, reza alguna frase en alguna pieza.
El resultado, hasta el momento, además de un largometraje documental, fue un manifiesto, un conjunto de fotografías, video instalaciones y piezas sonoras y digitales (hechas con los registros visuales y auditivos obtenidos en Bering) que actualmente se exhiben en el Centro de Cultura Digital en la exposición que lleva por título: Equilibrio y Resistencia, que hace alusión a la constante tensión que se vive en las fronteras.
La muestra es impactante no sólo por el formato de las piezas (en su mayoría monumentales y digitales), sino porque logra sumergir al espectador en el espacio indeterminado que representan esos puntos de quiebre denominados fronteras y porque consigue despertar toda una serie de preguntas con respecto al supuesto proceso civilizatorio y a las nociones preconcebidas. Algunas de las obras, incluso, requieren de la presencia y voluntad del visitante para activarse y, en cierto modo, existir; tal como las fronteras, los límites, las diferencias que implican jerarquías y todos los conceptos arbitrariamente impuestos.
La musicalización de las piezas sonoras fue realizada por el hijo de Lourdes, Juan Cristóbal Pérez Grobet que, egresado de la Escuela Nacional de Música de la UNAM y de la Dick Grove School of Music, ha participado en diferentes bandas como Real de Catorce, Sonora Onosón y El Quinto Elemento y trabajado con grandes artistas como Cecilia Toussaint, Gerardo Batís o Ari Brickman, además de haber compuesto la banda sonora de algunas películas como “Lolo”, “Sin remitente”, “El anzuelo”, “Largo camino al cielo”, “Cocktail Molotov”, “Roy Lichtenstein”, “Prometeo Unisex” y “Ladies Night”. Toda la música surgió in situ y fue compuesta en Bering con sólo un bajo y una grabadora de cuatro canales.