Marisol Pardo Cué.
Ciertamente no hay nada como el circo, donde se vive la maravilla en vivo; donde todo sucede en el aquí y ahora, frente al ojo asombrado, el corazón en vilo y el aplauso más fuerte en los adentros que en las palmas batidas...
Vicente Leñero.
Actualmente, las numerosas evidencias arqueológicas y documentales nos permiten afirmar que en América se realizaban actos relacionados con las actuales artes circenses desde la época prehispánica: hombres que caminaban sobre sancos con fines ceremoniales en San Pedro Zaachila, Oaxaca; grupos acrobáticos en Tixtla, Guerrero y la Mixteca Baja de Puebla, la famosísima ceremonia del Bolador en Papantal, Veracruz, o los individuos que realizaban malabres con palos en los pies en Yucatán. Semejante a esta práctica, en Tenochtitlan se tiene registrada una ceremonia conocida como Xocopoatolli, especie de espectáculo dedicado al Tlatoani que consistía en un show de malabarismo en el que un hombre recostados sobre su dorso o espalda, levantaba por el aire sonajas, esferas, palos y muchos otros objetos en una danza muy bien sincronizada. La famosa estatua localizada en un entierro en Tlatilco conocida como "El Acróbata", datada de alrededor del 800 a. C. que representa a un contorsionista, o los equilibristas sobre manos pintados en los murales mayas de Bonampak, en el estado de Chiapas, son también prueba plástica de la realización de estas prácticas desde antes del arribo de europeos a estas tierras.
Ya durante la colonia, con la llegada de los primeros actos circenses llegados de España, en las calles, patios de vecindad y plazas públicas o de toros era común ver a malabaristas, funámbulos (alambristas), saltadores (acróbatas), graciosos (payasos), contorsionistas, marionetas, prestidigitadores, músicos y juglares divirtiendo a la gente.
Sin embargo, no fue sino hasta 1808 cuando llegó a nuestras tierras el primer gran circo moderno: el circo ecuestre inglés de Philip Lailson donde se mostraban suertes consistentes en ejercicios acrobáticos sobre caballos dentro de una especie de ruedo. Dentro de sus funciones fue muy controversial la presentación de un mono vestido de general francés, en clara alusión al ejército que entonces invadía España.
Tras la independencia, una gran cantidad de circos procedentes sobre todo de Inglaterra, Italia, Francia, España y Estados Unidos, llegaron a nuestro país para cautivar al público mexicano con sus contorsionistas, acróbatas, prestidigitadores, hombres fuertes, domadores y hombres bala. Mientras algunos, como el italiano Castelli, por sus sorprendentes actos en los que desaparecía objetos, convertía el agua en vino y resucitaba animales, fue considerado brujo y tuvo que huir del país, otros sorprendieron con sus "Hércules", sus pantomimas y con la presentación de animales exóticos nunca vistos en nuestro país, como el primer elefante, Mogul, llegado en 1832, quien tras su muerte sufrió un curioso destino: sus colmillos fueron vendidos a joyeros, su carne a "elaboradores de antojitos" y sus huesos expuestos como esqueleto de un ser prehistórico.
En 1841, nació el primer circo mexicano: el Circo Olímpico de José Soledad Aycardo, quien además de ejecutar suertes ecuestres, era titiritero, acróbata y payaso. Pocos años después, en 1853, don José Miguel Suárez fundó otro circo ecuestre que ha tenido una larga vida y se ha sostenido por más de 150 años. Estos circos mexicanos convivieron con muchos otros que, llegados del extranjero, alimentaron el oficio y lo nutrieron de las novedades que ya divertían en otras partes del mundo.
En 1864, durante el gobierno de Maximiliano, el circo inició una etapa de evolución con la llegada del italiano Giuseppe Chiarini, quien causó revuelo por ser el primero en tener un circo-teatro fijo alumbrado con gas y por incluir nuevos montajes en sus rutinas como el baile del can can. En 1881, el Circo de los hermanos Orrín, oriundos de Inglaterra pero llegados de Estados Unidos, emplazaron sus instalaciones de metal y cristal en la Plazuela Villamil (donde hoy se encuentra el teatro Blanquita), introduciendo en nuestro país actos en barras y rescatando las pantomimas pero con escenografías de gran lujo (alguna vez llenaron la pista de agua). Su afán por estar al día los llevó a recurrir al cinematógrafo cuando este llegó a México a finales del siglo. En su momento fue considerado como el mejor circo del mundo y su clown británico, Ricardo Bell, uno de los mejores y más queridos.
A principios del siglo XX, durante el porfiriato, era común en la ciudad de México ver desfilar sobre Paseo de la Reforma, a diferentes compañías circenses (como las norteamericanas Norris and Rowe o la Gentry), que incluíanen su deambular a más de 170 animales entre caballos, elefantes, osos polares, perros amaestrados, etc; montados en deslumbrantes carrozas e invitando al público a asistir a su espectáculo.
Como la revolución mexicana dificultó el arribo de circos extranjeros, las empresas nacionales comenzaron a crecer. Tal fue el caso del Circo Teatro Carnaval Beas Modelo, propiedad de Francisco Beas, que fue apoyado por Francisco Villa, declarado amante del circo y especialmente de los actos ecuestres. Esta compañía empleó el modelo estadounidense de tres pistas, carpas de exhibición y juegos mecánicos (como la montaña rusa), además de que dispuso de un zoológico surtido y cuantioso. Su éxito fue tan grande que es considerado como el circo más grande de toda la historia de nuestro país. Llegó a contar entre su personal a más de 400 individuos que para realizar sus giras debían trasladarse en 35 vagones de ferrocarril, regalados al Beas por el Centauro del Norte.
Entre las marcas establecidas por el circo mexicano se encuentra aquella que en 1920 realizara Alfredo Corona quien se convirtió en el primer hombre bala en ser disparado a más de cien kilómetros por hora y ejecutar tres giros perfectos en el aire durante su trayecto, o el implantado siete años después por los hermanos Aurelio, Patricia y Andrés Atayde Arteche quienes, en un acto de trapecio, lograron volar desde la primera barra hasta la tercera, haciendo dos giros en el aire sin propulsarse desde la del centro. Así mismo, en 1982 Miguel Ángel Vázquez fue el primero en lograr un cuádruple salto mortal en la historia del circo mundial.
Actualmente, tal vez el circo de más tradición sea el Atayde que iniciara actividades en 1879. Éste empleó las primeras carpas de lona con mástiles, el ballet aéreo y los desplazamientos de toda la compañía lo que le dio un gran renombre internacional. Sin embargo otras familias ligadas a esta actividad fueron los Suárez (de los que ya hablamos), famosos por sus pantomimas cómicas y acto de osos polares; los Vázquez, quienes introdujeron temas de cine en sus funciones; o los Fuentes Gasca, ahora dueños de todo un emporio circense. A ellas, y muchas otras, debemos esta gran tradición en nuestro país, un entretenimiento que logra aglutinar al más variado público. Tal ha sido su arraigo que en el 2005 el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) reconoció al circo como una más de las artes escénicas.
Espectáculo donde la normalidad es reemplazada transitoriamente por un tiempo lúdico y festivo en donde domina lo inverosimil, lo estrafalario y la maravilla, el circo ha sido permanente ilusión humana, modelo artístico e inspiración poética. A pesar de los embates, sus puertas permanecen abiertas a quien quiera suspender las leyes de la lógica mundana y sumergirse en el asombro. Así lo contó el poeta Eliseo Diego en su poema Para entrar al circo:
¡Pasen, pasen! Señoras, señores,
entren, miren, diviértanse horrrrores!
¡No se ha visto jamás cosa igual:
de paloma hace el águila real,
el conejo se come a la zorrrrrra
de verdad: el terrorr no se ahorrrra!
¡Aquí ven a un cordero valiente
y es el tigre el que bala! ¡Pendiente
la pareja de un hilo de escarcha
mientras tocan los monos su marcha!
¡No habrá sangre en la vena sajada:
pasen: esto bien vale la entrada!
En el marco de la polémica desatada tras la aprobación que hizo la Asamblea legislativa del Distrito Federal de la reforma legal para prohibir el uso de animales en los circos, tal vez valdría la pena detenernos a pensar en sus orígenes y en si la prohibición debería estar en el uso de los animales en estas instituciones tradicionales o en el maltrato a los animales en cualquier ámbito.
コメント