En 1920, la época en la que se podían hacer cosas por el puro placer, cuando había tiempo para el gusto. Y el placer de las cosas estaba en planearlas. Llevábamos varias semanas ansiando conocer el vivero de Coyoacán. En ese entonces aún no estaba abierto al público, uno necesitaba invitación. Nuestra familia nunca fue realmente importante, pero mi padre sabía hacer amigos. Así que un domingo de junio de 1920 nos encaminamos hacia la colonia del Carmen. Lo hicimos en el ferrocarril del Valle.
El cielo amaneció nublado y amenazaba con llover pero cosas como el clima no podrían importar menos en circunstancias como estas. Mamá insistió en enfundarnos en nuestras mejores galas, pues, según ella, un vivero es como el campo, pero sin rigores. Mi hermano Carlos estaba que no cabía en sí de la emoción. La escuela forestal había sido inaugurada hacía poco, y él moría por asistir al curso. Papá, bueno, él se encontraba bien con lo que le pusieras enfrente. Pero yo soy un hombre de letras, y no me entusiasma la idea de llenar los zapatos de lodo.
Al llegar a los viveros, sin embargo, no hubo necesidad de ensuciarse el calzado, al contrario, uno se mortificaba por no arruinar los caminos perfectos. Será cosa de niños, pero el lugar era igual al jardín de la Reina de Corazones que Lewis Carroll había descrito en Alicia en el país de las maravillas. El propósito principal del parque era ser una especie de mina de árboles; plantaciones gigantes de distintas especies para luego ser replantados en otros jardines (públicos y privados) de la ciudad. Uno podía perderse en el laberinto de arbustos, todos podados para simular figuras geométricas, orgánicas cruciformes (tal como las que aparecen como fondo en la fotografía). Paseamos toda la tarde, admirando un paisaje de elementos naturalmente ajenos, entrelazándose en armonía tal que uno hubiera creído que así debía de haberlos plantado Dios en la creación.
Los viveros fueron abiertos al público unos años después, pero mientras tanto, fuimos pocos los que pudimos maravillarnos en él.
Tal fue la historia que mi abuelo me contó cuando entre las viejas cajas arrumbadas en el desván de su casa aparecieron unas fotografías empolvadas con imágenes de su primer paseo por los viveros de Coyoacán. Desde entonces, el sitio despertó tal fascinación en mi que durante muchos años se convirtió en uno de mis lugares predilectos para realizar el rutinario ejercicio matutino, para comprar flores o para pasear en familia.
Miguel Ángel de Quevedo, y su utopía verde.
La falta de bosques significa convertir nuestro país salubre,
hermoso, cómodo e inmensamente rico en elementos
naturales, en un país insalubre, triste, poco agradable,
molesto y empobrecido en sus mismos elementos naturales.
Miguel Ángel de Quevedo.
La creación de lo que hoy se conoce como Los Viveros de Coyoacán se debe al eminente conservacionista y urbanista mexicano Miguel Ángel de Quevedo. Oriundo de Guadalajara, realizó sus estudios de bachillerato en ciencias y de licenciatura en ingeniería civil con especialización en ingeniería hidráulica en la ciudad de París. A su regreso a México en 1887, fue nombrado supervisor de las obras del drenaje del Valle de México. Aquí, el joven ingeniero se percató de que la principal causa de las inundaciones e incluso de las sequías que sufría la ciudad era la tala inmoderada de árboles por lo que dedicó gran parte de su vida a combatir la deforestación y a las labores de reforestación de la capital. En 1901 Porfirio Díaz lo nombró presidente de la recién formada Junta central del Bosque desde donde promovió la creación de áreas verdes. Gracias a su incansable labor, la superficie de parques y jardines en la ciudad de México creció del 2% al 16% en tan sólo una década: de dos pasaron a ser treinta y cuatro.
El mismo año de su nombramiento, el conocido como “apóstol del árbol” se propuso crear el primer vivero mexicano en el barrio de Coyoacán para lo cual donó una hectárea de terreno de su rancho Panzacola. Dicho proyecto no fue inaugurado sino hasta 1907 por el presidente Díaz. Años más tarde, entre 1911 y 1934, el gobierno federal fue comprando y anexándole algunas propiedades hasta llegar a las 39 hectáreas que actualmente lo conforman. Finalmente, en 1938, Lázaro Cárdenas lo declaró Parque nacional, abrió sus puertas al público y lo nombró “Parque El histórico Coyoacán”.
Este vivero fue la primera reserva forestal destinada a propagar y proveer especies arbóreas a zonas deforestadas como los lechos secos de los lagos y las desnudas faldas de las colinas de las periferias de la capital, así como a los jardines públicos y privados, al canal central del desagüe y a las arboledas de alineación y ornato de la capital del país. Las primeras especies que ahí se aclimataron en el año de 1925, fueron alrededor de 50, entre ellas, cuatro variedades de eucalipto, ocho especies de acacia, dos de álamo blanco de Canadá, tamárix, sauce, casuarina, sicomoro y varias de pino. En el vivero se reproducían cerca de dos millones de árboles al año de cerca de 400 especies. Además, con la ayuda del gobierno francés y de los alumnos de la Escuela de Guardas Forestales, pronto se lograron aclimatar árboles frutales de Francia y California, entre ellos manzanos, membrillos, perales, tejocotes y durazneros, lo que diversificó la fruticultura del país.
Considerado como uno de los más grandes pulmones de nuestra ciudad, este parque público funcionan el día de hoy no sólo como espacio recreativo y deportivo sino también como centro de educación pública donde se difunde y promueve el respeto y conocimiento de la naturaleza y como zona de propagación de árboles donde se siguen produciendo más de 20 especies como ahuehuete, cedro blanco, fresno, jacaranda, pino chino, pino blanco, pino piñonero, trueno común, etc. Los árboles ahí sembrados pueden ser donados a personas físicas y/o morales para el desarrollo de actividades de plantación, encaminadas a la forestación y/o reforestación con fines de conservación y/o restauración en el ámbito territorial de la zona conurbada del Distrito Federal.
El parque está dividido en varias zonas: área de producción, semillero, un sendero didáctico, arboretum, zona árida, humedal, zona de composta, rotonda central y un auditorio al aire libre. Se puede recorrer por diversas calzadas con canales que reciben el nombre de los árboles que ahí se cultivan. Su pista de 2.20 kms. de superficie plana de arcilla, es ideal para practicar distancia y también cuenta con juegos para niños, aparatos de ejercicio, tres canchas de baloncesto y un área donde se imparten diversas clases como: yoga, box, karate, baile, etc. A un lado del parque se encuentra un vivero donde se celebran exposiciones de floricultura y se venden plantas de ornato, tierra, fertilizantes y cerámica.
Los Viveros de Coyoacán se encuentran ubicados en avenida Progreso #1, colonia del Carmen. A un costado de avenida Universidad.
Elena Eguiarte Pardo.
Marisol Pardo Cué.
Leer más
Comentários