Manuel Ajenjo
En los más de 15 años que he ocupado con mis letras minúsculas el espacio que me brinda El Economista, ésta debe ser la tercera o cuarta vez que he utilizado el título y el tema “tribulaciones del contribuyente”, dedicados, diría Perogrullo, a poner en evidencia asuntos relacionados con el pago de impuestos que me parecen abusivos y que provocan angustia y aflicción —sinónimos de tribulación.
Esta es la historia de unos tacos sabrosos y un taquero pasado de lanza. El tipo le encontró ese sabor peculiar y prodigioso que hace que la muchedumbre acuda a una taquería como abejas al panal. Fui de los primeros clientes que di con el lugar cuando apenas, era obvio, comenzaba a operar. Por eso le perdoné el que no tuviera la forma de facturar. “Apenas estamos comenzando y Hacienda ya se tardó con la entrega de un documento” —le creí. Con esa excusa se pasó tres o cuatro meses. No es que fuera yo a diario pero, ustedes comprenderán, cuando un sabor es placentero, gracias a la magia de preparar la carne, al picor de la salsa o, quizá, hasta la forma en que revolotean las moscas por el entorno —como lo ilustró con su sabiduría gastronómica callejera el insigne Abel Quezada— una taquería puede volverse adictiva. (Me llamo Manuel y hoy cumplo dos semanas sin ir a la taquería. ¡Bravo! Un día a la vez Manny. ¡Sí se puede!).
En las dos o, tal vez, en las tres visitas consecuentes, la casa me sorprendió cuando junto con la cuenta y a petición de mi terquedad me trajeron un formato para que les apuntara mis datos fiscales y así poder facturarme.
El día de ayer regresé, con la confianza de que la última vez que estuve ahí no tuve ningún problema fiscal, pedí la cuenta les di 15 % de propina —cosa que sólo hago en Au Pied de Cochon y recintos de la misma ralea— y solicité la forma para apuntar mis datos fiscales. La señorita que me atendía me mostró la nota de consumo que acababa de pagar, me señaló un número telefónico y me dijo, literal: “A este número mande un WhatsApp con una fotografía de esta nota y su Constancia Fiscal de fecha reciente”. Exploté —cual cohetón en la sala de prensa de las Chivas. Déjelo —le dije— y me dieron ganas de quitarle 5% a la propina. Me levanté para irme. Francamente encabronado, ¡no pienso regresar! le dije a un mesero que andaba por ahí y que debe de haberse quedado con un pendiente parecido al que trae Evelyn Salgado por el asesinato del Alcalde de Chilpancingo.
Le pregunto a la H. secretaría de Hacienda: ¿De verdad hay que cubrir esos requisitos para que una taquería —o cualquier comerciante— le mande a uno la factura? ¿No creen que eso propicia el desaliento del cliente y con ello la evasión del que vende? ¿Por qué yo, contribuyente, tengo que mostrar mi Constancia Fiscal cuando cobro y también cuando pago? En última instancia quien debería de tener su Constancia Fiscal a la vista sería el que vende, ¿no creen? ¿Y qué pasa si el atribulado contribuyente no tiene teléfono celular y carece de WhatsApp?
Finalmente, por el costo de unos cuantos tacos —afortunadamente sin aguacate— que comí en la hora —60 minutos— que me permite mi trabajo para hacerlo, únicamente 8% del total de la cuenta es deducible de impuestos. Para que fuera totalmente deducible tendría yo que comer, cuando menos, a 50 kilómetros de mi casa. Vivo a seis kilómetros de mi trabajo. Podría ir, comer y regresar al trabajo, en 60 minutos, si el tráfico de la ciudad fuera decente.
Punto final
A todos los que me decían: “vas a ver cuando seas mayor”, les informo que ya soy mayor y cada día veo menos.
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